sábado, 23 de mayo de 2009

MEDIUM

MEDIUM

―Quisiera contarte algo sobre nuestra familia que posiblemente no olvides jamás. Tu perteneces a ella y creo que al fin y al cabo tienes derecho a saberlo ―Explicaba María algo nerviosa a Núria, su prima lejana.

―El día en que mi bisabuela Valentina murió contaba con 99 años, y algo muy extraño sucedió en nuestra casa. El féretro estaba en el pasillo del piso, junto a la puerta. La hermana de Valentina, Pilar, estaba arrodillada en el suelo. Lloraba desconsolada junto al ataúd. A mí no me dejaban acercarme, decían que era demasiado pequeña aún para ver aquello. Mi abuela Antonia, que estaba junto a Pilar me obligaba a alejarme de allí, prefería que la recordara tal como era antaño. Yo estaba segura de que no me daría ningún miedo o impresión verla, la muerte es algo natural.

Haciendo caso, opté por alejarme del pasillo, y cuando no me veían entré en la que había sido la habitación de Valentina. Cuando me dirigía hacia la puerta, una gran ménsula de madera que estaba adosada a la pared cayó frente a mí y rompió varias baldosas del suelo. Tuve suerte de que no cayera sobre mi pie. Frente a la ménsula, observé un retrato enmarcado de Valentina que colgaba de la pared. Era una antigua fotografía en blanco y negro donde aparecía, vestida a la manera de antaño, con una toquilla en la cabeza y un vestido negro con muchos pliegues y bordados que ceñía su figura. Valentina parecía observarme fijamente. El papel de la fotografía estaba amarillento, la humedad había dejado huella sobre él, al igual los xilófagos que se habían comido los laterales. El marco dorado estaba picado y el cristal estaba roto.

Tras el pequeño incidente, entré en la habitación de Valentina. La cama en la que acababa de fallecer estaba deshecha, y todo lo que allí había se conservaba tal como había quedado antes de su muerte. Sobre la mesita de noche: una campanilla dorada con la que avisaba a mi abuela cuando estaba enferma; una antigua fotografía de San Antonio Abad en blanco y negro, un par de peinetas; unas tijeritas con las que mi abuela le cortaba las uñas cuando ya no podía valerse por sí misma, y un vaso con agua lleno hasta la mitad que contenía su dentadura en el interior. Al verlo me produjo repulsión y traté de dirigir la vista hacia otro lado. Miré hacia la pared que estaba en frente de la cama, de ella colgaban varios retratos de comunión de Valentina. De pronto, las tijeritas de la mesita cayeron al suelo sin más. Nadie las había tirado, yo estaba sola allí. Una sensación incómoda me invadió, note que alguien o algo rozaba mi mano izquierda, pero mi esceptitud me impulsó a pensar que era producto de mi imaginación; que nada había ocurrido en realidad. Volví a dirigir inconscientemente la mirada hacia los retratos, y el vaso de agua cayó solo al suelo, el cristal se hizo añicos y la dentadura se rompió en pedazos.

Pilar, al oir el ruido desde el pasillo me preguntó si estaba todo bien, yo respondí que no pasaba nada.

Fue entonces cuando me di cuenta de que cada vez que miraba el retrato de mi bisabuela, sucedía algo fuera de lugar. Era extraño, pero no sentí miedo. Jamás creí en cosas que se alejaran de la realidad, pero en caso de que sucediera alguna cosa, no debía temer, pues era mi bisabuela ¿qué daño podía hacerme?. Me preguntaba si quería decirme algo, ¿Estaría realmente muerta? Al fin y al cabo yo era la única persona que no la había visto tras el fallecimiento. ¿Tendría ello algo que ver con el hecho de que fuese la única que presenciara aquellos sucesos paranormales?

En aquel momento tenía dos opciones: ir corriendo al pasillo a verla antes de que la funeraria se llevara su cuerpo y tal vez todo volvería a la normalidad y no se caerían mas objetos al suelo, o quedarme allí y esperar a ver qué podía ocurrir.

Elegí la segunda opción. Me senté en el centro de la habitación y con decisión me puse a mirar de manera desafiante cada uno de los retratos de comunión. Entonces comenzaron a caer solos los objetos de las estanterías: jarrones, un joyero, libros, peluches…Pilar, al oír ruido, me preguntó que ocurría, pero yo estaba tan concentrado en las fotografías que no hice caso. Ella intentó abrir la puerta de la habitación pero no pudo. Una extraña fuerza la había bloqueado.

―¿Estás bien?, ¿qué ocurre? ―Gritaba con insistencia. Yo no contestaba.

Había elegido esperar, y esperaría allí sentada. Necesitaba ver que sucedía. De pronto, todos los retratos cayeron al suelo, y también una estantería. Entonces me percaté de que tras el cristal de la ventana alguien me observaba. Me acerqué a correr la cortina, y descubrí el rostro espectral de Valentina. Me estaba observando. Había algo en ella que yo no era capaz de reconocer, una expresión extraña, su mirada desprendía un ápice de malícia.

A pesar de sobresaltarme, no sentí ningún temor hasta que la figura empujó el cristal, entró por la ventana y comenzó a avanzar hacia mí. Se paró cuando me tuvo delante. Elevó una mano hasta su ojo derecho y comenzó a estirarse el párpado cada vez con más fuerza con sus manos blanquinosas hasta arrancárselo. Bajo el párpado, aparecía un ojo de color negro, con un brillo blanquecino que lo cubría como un velo. A continuación hizo lo mismo con la otra pupila, apareciendo otro ojo igual. Se arrancó la boca a base de fuertes estirones y en su lugar creció una especie de morro prominente semejante al de una serpiente. La abrió, y pude ver que estaba plagada de dientes largos como agujas y muy afilados. De ella salió una lengua viperina negruzca y gelatinosa. Se me heló la sangre, pensé que iba a devorarme, pero escondió su lengua y continuó despellejándose hasta quitarse toda la piel de la cara, conservando intacta la del cuerpo. Se arrancó también el pelo mostrando en su lugar una cabeza achatada repleta de escamas verdosas.

Yo no era capaz de mover ni un músculo o articular palabra.El miedo me invadió. Aquel ser trató entonces de tocar mi cara con su mano izquierda pero no sentí su tacto, tan solo noté un roce muy frío.

Fue entonces cuando con una voz irreconocible, grave y tosca dijo:

―Me han convertido en un monstruo. Mi muerte no fue natural como la familia cree sino provocada. Estaba dormida cuando alguien me tapó los ojos y me obligó a beber una ponzoña que quemó mi garganta. No pude ver quien lo hizo, tan solo escuchar una respiración entrecortada que no parecía proceder de un ser humano. A partir de aquel momento me convertí de alguna manera en lo que ahora ves. No me dejaron morir en paz. Tal vez fueron espíritus del mal, pero nunca lo sabré. Serás tu quien lo descubra porque ahora puedes ver y escuchar a los muertos. Pronto vendrán a ti. No tengas miedo… ―Susurró Valentina colocando en mi cuello una cadena de plata de la que colgaba un extraño talismán.

Se disponía a tocar de nuevo mi rostro cuando se formó una capa de niebla sobre ella y desapareció. Pilar entró en la habitación. Había echado la puerta abajo.

Núria había quedado boquiabierta al escuchar aquella historia. Contempló entonces el talismán que yo lucía al cuello y salió corriendo de la sala donde estábamos.

2 comentarios:

  1. Hola Cris,
    tétrico cuento, me temo que tal vez esta noche sueñe con mujeres que se despellejan y tras su rostro haya una serpiente.
    Creas en pocas líneas imágenes potentes y fácilmente imaginables.
    Y supongo que este relato tiene continuación, ¿no?, uno se queda con ganas de saber qué más espectros pueden aparecer o la forma en que la protagonista descubre la verdad sobre la muerte de Valentina.
    Un saludo.

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  2. Hola Jesús,

    Jajaj, ¿da miedito? Sí, el relato tendrá continuación pero cuando... no lo sé la verdad es que voy muy apurada entre la novela, el proyecto con la otra escritora, la realización de mi web oficial... pero habrá que desvelar que le sucedió a Valentina en realidad y qué consecuencias tendrá. A partir de mañana tengo 4 días de vacaciones que aprovecharé muy muy bien seguro, voy a continuar la novela en la playa y si puedo haré la segunda parte del relato, había pensado enviarlo a www.h-horror.com pero no sé que hacer.
    Saludos!!!!
    Crisis

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